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Crítica de 'Contrarreloj' (Simon West, 2012)

La existencia de una película como Contrarreloj (Stolen, Simon West, 2012) radica exclusivamente en la existencia de una industria del cine sólida en Estados Unidos. En cualquier cinematografía europea, una película de estas características no existiría, sencillamente porque no tiene un componente artístico ni social detrás. Es, simple y llanamente, un producto. Y eso no es poco.

De este hecho diferencial sobre la industria entre las cinematografías de ambos continentes nacen la mayoría de las quejas de los profesionales de este sector en España. La ausencia de un trabajo continuado en películas que cubran los distintos mercados audiovisuales ahoga a los profesionales del sector, que sobreviven gracias a las cada vez más escasas iniciativas de producción de las cadenas de televisión y la ínfima financiación subvencionada.

Y ahí está la pescadilla enroscada: no hay industria porque no hay inversión y viceversa. Ni los impulsos de coproducción que se han puesto en marcha en décadas anteriores ni ningún acuerdo entre productores a largo plazo ha logrado crear un entramado firme que sea capaz de fabricar y rentabilizar un producto de pura rentabilidad como puede ser Contrarreloj.

Porque de eso se trata. ¿Qué hay detrás de esta película? Simplemente la decisión de entretener un par de horas a quién la vea, ya sea en su casa, en el cine o en el tren Zaragoza-Barcelona y ganar dinero con ello. Pues… ¡conseguido!, como diría un jefe de pista circense.

Nicolas Cage interpreta a un estereotipado atracador-súper-profesional-pero-honesto-y-buen-padre que, por una discusión durante un atraco, dispara a su mejor compañero (Josh Lucas) en una pierna y termina encarcelado por su antagonista, otro estereotipado agente del FBI interpretado por un Danny Huston menos intenso que nunca.

Crítica

Tras salir de la cárcel por el robo, su compañero herido se ha convertido en un psicópata disminuido físico que secuestra a su hija (Sami Raley) para exigirle el botín del banco que, según él, escondió antes de ser encarcelado.

No hay mucho más que añadir sobre la película, salvo la impecable ejecución de un producción de modesto presupuesto a cargo del siempre eficaz Simon West que, por la sólida industria estadounidense y sus técnicos, se convierte en una película aseada, entretenida y resuelta eficientemente, con sus escenas de acción, su chica guapa, su drama familiar, sus persecuciones de coches, sus tiroteos, clímax y localizaciones impactantes en Nueva Orleans.

Por desgracia, el único punto de excepcionalidad que podía explotar el guión, la transformación del antagonista natural, el agente del FBI, en un aliado del protagonista contra su ex-compañero, está sin desarrollar.

Por lo demás, otra muesca en la carrera de Nicolas Cage que debe estar a punto de batir todos los récords en número de escenas corriendo o conduciendo un coche poniendo cara de peligro. Quién escribe esto mantiene la teoría de que Nicolas Cage es un excelente actor pero con un grave problema: él no lo sabe. De otro modo no podrían existir cosas como Birdy (Alan Parker, 1984), Hechizo de Luna (Norman Jewison, 1987), Corazón Salvaje (David Lynch, 1990), Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995) o Adaptation (Spike Jonze, 2002).

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