Crítica de ‘El olivo’ (Icíar Bollaín, 2016)

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Crítica de 'El Olivo' de Icíar Bollaín

 

Hola, estáis solos

 

Icíar Bollaín es una cineasta de gran interés, de las pocas en el cine español a las que se les puede etiquetar de autora sin temor: sea cuál sea el tema tratado, en sus películas hay una visión personal sobre el conjunto de lo narrado.

Seleccionada en su infancia por Víctor Erice para protagonizar la deslumbrante El sur (1983), este hecho pareció marcar la trayectoria vital de Bollaín, que no sólo sintió interés por la interpretación sino también por la escritura y realización de cortometrajes. Su colaboración como actriz con el director británico Ken Loach en la estremecedora Tierra y libertad (1995) marca su segunda y decisiva influencia como cineasta en el inicio de su carrera que se extiende hasta hoy, fructificada en muchas ocasiones en los guiones de su pareja Paul Laverty, colaborador habitual de Loach.

Bollaín se ha hecho un nombre de prestigio como realizadora por su compromiso social y la profundidad de los temas que trata. Asociada al productor Santiago García de Leániz en La Iguana durante más de una década, desarrolla una excelente progresión temática y narrativa en sus películas tocando problemas sociales con profundidad donde la realizadora busca una equidistancia y comprensión de sus causas. Ejemplar en este sentido es Te doy mis ojos (1993), una valiente y ejemplar disección del maltrato femenino en la que tanto víctima como maltratador son personajes con conflictos sociales y personales que explican sus comportamientos y disfunciones.

Con más ambición pero idéntico propósito Bolláin realizó la que puede sea su mejor obra hasta el momento, También la lluvia (2010), un magnífico retablo que utiliza la producción de una película en un país no desarrollado como excusa para enfrentar el modelo capitalista (los productores que sacan su proyecto adelante y la riqueza que crean con ello a su alrededor) con el progresista (las consecuencias que por exceso o defecto genera ese modelo por donde pasa y en las personas que se someten a él sin contemplaciones).

A raíz de la crisis económica en España en los años 2010 y 2011, la obra de Icíar Bollaín sufre un cambio ya apuntado en algún antecedente en su carrera. Su participación en la película colectiva Hay motivo (2004) mostraba sin ambages su filiación política, algo que parece ir en aumento desde los años señalados si nos atenemos a los temas y toma de postura de sus últimas películas, con cierta pérdida de esa equidistancia dialéctica que enriqueció su discurso en títulos precedentes. El olivo parece confirmar la ausencia de dudas de la cineasta respecto a su interpretación del mundo actual y de la sociedad española.

 

Cartel de ‘El olivo’ escrita por Paul Laverty

 

Crítica de ‘El olivo’ dirigida por Icíar Bollaín

Escrita por Paul Laverty, como muchos de los últimos trabajos de Bollaín, El olivo narra la peripecia de una joven afincada en el mundo rural que ve como su abuelo paterno cae en el silencio tras la pérdida de un ancestral olivo que ha sido vendido a una multinacional alemana para ser su imagen de marca.

Con este sencillo argumento, Laverty y Bollaín dibujan un feroz retrato intergeneracional que sorprende si se tiene en cuenta su filmografía anterior, especialmente la ópera prima de la directora, Hola, ¿estás sola? (1995), un esperanzador y bohemio retrato de una generación favorecida por la bonanza económica. Las similitudes con esta cinta son muy evidentes y resulta esclarecedor ver cómo ha cambiado nuestro país y la interpretación de guionista y directora en un par de décadas al compararlas.

En la cinta del 95, la joven protagonista (la actriz Silke) se lanza a la búsqueda de su destino con la alegría y sinceridad que permite un marco económico y social muy favorable, saliendo adelante con precariedad pero con esperanza, hasta el punto de finalizar marchándose sin recursos a otro país europeo en tren segura de encontrar un destino mejor. En El olivo vemos a una joven (Anna Castillo) en un momento vital similar pero sometida a la dependencia de un trabajo y entorno familiar del que no parece que pueda ni quiera sustraerse.

Una de las etapas que quema la protagonista de Hola, ¿estás sola? en su desarrollo vital es precisamente la de la dependencia familiar. Su madre utiliza sus ahorros como peluquera para montar un chiringuito en la playa y prosperar, aventura a la que se suman la protagonista y su amiga cómplice, también para hacer dinero y disfrutar de una experiencia no exenta de vertiente física y sexual. El negocio es duro y no termina fructificando pero la valentía de la madre en ese negocio proporciona una incuestionable experiencia y plataforma para que la protagonista siga eligiendo su destino. En El olivo, hay una subtrama parecida, que explica la postura moral de la protagonista… pero ¡qué diferente la interpretación que se hace de ella!

 

Fotos de ‘El olivo’ con Anna Castillo y Javier Gutiérrez

 

La pérdida de la equidistancia en el punto de vista de Bollaín en esta historia es palpable hasta en el nombre de los personajes. El anónimo Niña que nombraba al personaje en la cinta del 95 pasamos al Alma de El Olivo, una declaración de intenciones sobre su innegable perfil emocional. En esta ocasión, los padres de Alma, tras años de trabajar en el campo con su abuelo, montan también un chiringuito, un restaurante en la playa, con la intención de prometerse un futuro más feliz, más cómodo para ellos y su hija, quién trabaja también en él. Pero la crisis arrasa con el negocio y les deja sin restaurante, con deudas… y aquí es donde la posición de guionista y cineasta varía.

Alma guarda un profundo rencor a su padre por ese fracaso que ha dilapidado el dinero de la venta del olivo e incluso lo que en la cinta podría haber sido un signo de desinhibición propia de los tiempos y los personajes, el amago sexual de un camarero, aquí se interpreta por Alma como un intento de abuso sexual consentido por su padre. Con estos mimbres la Niña interpretada por Silke decide seguir su camino sin juzgar a quiénes se equivocaron y quizá le hicieron daño… pero Alma no. Sorprendentemente, Alma, a su temprana edad, se erige en juez y parte de todo lo sucedido en la familia y, por extensión, de toda una generación, la de sus padres, sobre la que pretende restablecer cierto orden y valores perdidos con la simbólica recuperación del árbol de su abuelo para emplazarlo nuevamente en su sitio original. Y con ese gesto, reprochar en un diálogo bastante vergonzoso, nada menos que 2.000 años de Historia a una generación que no supo ver el espejismo de una situación económica.

Desgraciadamente, El olivo está plagada de tomas de postura como ésta por la protagonista: injustificadas, torticeras y sectarias, que la llevan una y otra vez a menospreciar a una generación entera, la de su padre, al que incluso se le hace decir «estoy arrepentido» en otra frase sonrojante del guión, como si una codicia desmesurada y no la lógica búsqueda de la prosperidad familiar le hubiera llevado por un camino erróneo al tomar sus decisiones. Camino que Alma parece conocer por ciencia infusa a su temprana edad. Sentimientos y conocimiento de la verdad absoluta, de visión del futuro y el pasado que la protagonista posee y que al malvado de la función, su padre, se le escatiman explicar. Legitimidad la de Alma que le permite incluso patear a un policía mientras está encaramada al árbol que quiere recuperar. Una violencia que contrasta con la comprensión que muestra con ella su entorno respecto a su aventura descabellada para recuperar el olivo. Aventura que le lleva engañar y conseguir la pérdida de empleo y dinero a personas implicadas, lo que suponemos que para los autores son simples daños colaterales frente a las altas miras de su cometido. Debe ser que aquí «hay motivo»… pero no en la aspiración de su padre a mejorar. Sólo maldad, error y codicia. No podemos argumentar que este sesgo tan marcado entre las actitudes de los personajes se deba al carácter de fábula de El olivo, ya que hay demasiadas referencias concretas a la actualidad que desacreditan su carácter fabulador.

Laverty y Bollain parecen alinearse con esta cinta a un sector político y social que enarbola cierta legitimidad para juzgar y condenar a una generación completa y al modelo capitalista que la sostuvo por las consecuencias de una crisis económica de la que esa generación fue víctima más que protagonista. Un sector que, al igual que Alma, rechaza sin contemplaciones cualquier argumento para justificarse. Ahí se concentran esos «2.000 años de errores» que Alma espeta sin rubor desde su veintipocos años para abofetear a sus padres.

Si Godard expresó con la frase «un travelling es una cuestión de moral» la condena al innecesario subrayado de una película de Pontecorvo sobre un muerto en una alambrada nazi, podemos decir que Bollain ha facturado una obra altamente cuestionable en su posicionamiento moral, cometiendo una injusticia con su propia trayectoria, que ha brillado con enorme intensidad y valor precisamente por lo contrario, por el esfuerzo para encontrar un equilibrio entre los puntos de vista y la búsqueda del factor humano al justificar los actos de sus personajes, sin caer en emociones fáciles, sesgos comprometidos ni subrayados innecesarios.

Con El olivo, Laverty y Bollain dejan sola a toda una generación de ciudadanos atrapados por las consecuencias de la crisis económica, a los que señalan sin rubor y escatiman explicaciones, estableciendo una extraña pinza de responsabilidades y culpabilidad entre el ostracismo de sus padres y el rencor de sus hijos. Hijos que parecen querer vengarse de ellos, escarmentarlos, en lugar de buscarles justicia o intentar comprenderlos.

Una generación a la que ellos pertenecen, por cierto.

 

Tráiler de ‘El olivo’ dirigida por Icíar Bolláin

https://youtu.be/Kr-6N0DW6mo

 

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